20 de enero de 2010

EL TRAFICANTE DE GOLOSINAS

Él recibía $100 por semana. ¿Qué era? ¿Una mesada? ¿Una paga? No. Una paga no. Si el no trabajaba... si, debía ser eso. Simplemente una mesada. Cien pesos por semana. Todo un logro para una adolescente.
Todos los lunes por la noche él bajaba a cenar. Era una cena silenciosa, lo único que se escuchaba eran los cubiertos golpear contra los platos y el sonido de la boca al masticar esa deliciosa carne vacío, con todas las papas y boniatos que pudieran existir. Bueno, con tres hijos de ocho, catorce y dieciséis años era imposible no hacer mucha comida.
Pero esa no es la historia. Es sobre Nicolás. El hijo del medio, uno de los lugares más difíciles de la familia. Ni el mas grande, ni el mas chico. Eso lo había curtido. “-Sos muy chico para hacer esto... Sos muy grande, ya no sos un nenito”. Estaba harto. Aunque no pensaba mucho en eso. Su trabajo lo mantenía ocupado. Trabajaba mañana, en el liceo, tarde en todos lados, y noche, desde su casa. Era traficante. Pero no cualquiera. Era el mejor. Su vida era un mar de dinero. Esos cien pesos por semana lo habían llevado a convertirse en milenario. Traficaba, ni más ni menos, golosinas. Una vez por semana, los martes por la tarde, salía en bicicleta del pequeño pueblo en que vivía e iba al hipermercado mayorista que estaba a 20 Km del pueblo. Ahí compraba grandes cantidades de golosinas de todas las variedades existentes. Los empleados y hasta el dueño del hiper, lo conocían. Al principio compraba pocas cantidades pero con el tiempo fue ganando dinero y empezó a comprar de a mas cantidades.
Su trabajo había empezado hacia apenas dos años. Cuando empezaron a darle los cien pesos semanales. Antes de eso recibía cincuenta. Y los gastaba en lápices, gomas y ese tipo de cosas. Al empezar a recibir ese dinero se propuso hacer algo que cambiara al pueblo, o por lo menos su manera de vivir. No sabia como.
Un día yendo a la casa de sus abuelos, que vivían en otro pueblo, vio a lo lejos el hipermercado. No sabia que existía. Al día siguiente agarro su bicicleta y empezó el viaje. Cuando estaba por darse vuelta lo vio a lo lejos. En cuanto llego se sorprendió. No pensó que seria tan grande. Entro y empezó a recorrerlo. Cuando llego al sector de las golosinas se detuvo en seco. ¡Había miles!. En su pueblo no existían los quioscos. Tampoco los supermercados. Solo había almacenes que tenían alguno que otro chicle Beldent, caramelos frutales, chupetines mr. Pop’s y pastillas Halls.
En ese lugar había tanta cosa que estuvo dos horas para poder leer cada etiqueta. Desde los Beldent que vendían en su pueblo, hasta unas pastillas con pimienta llamadas Tic Tac, pasando por unos caramelos masticables gigantes llamados Flynn Puff, chupetines con sabor a Coca Cola, caramelos de yogurt, chocolates rellenos de frutilla, bombones de menta, lengüetazos pinta lengua, turrones Mantecol, gomitas frutales billiken, y millones de golosinas más. Compro un poco de cada cosa. Incluso tubo que contentarse con pocas cosas, ya que eran tantas que no le alcanzaba la plata.
Y así empezó. Primero a sus amigos y compañeros del liceo. Vendía los dulces mas caro de lo que los compraba. Llegaba a subastar algunos dulces, los que se acababan más rápido. Pronto comenzó a ganar dinero. Mucho dinero. Gastaba cien pesos. Ganaba trescientos. Y así sucesivamente. Pronto los adolescentes de todo el pueblo le pedían dulces. Llego a subastar un solo caramelo por diez pesos. Gano tanto, que llego un momento en el que no necesito gastar todo su dinero, ni siquiera la mitad. Así se convirtió en milenario.
Cierto día, un martes para ser precisos, llego al hipermercado. Cuando entro estaba el dueño esperándolo. Tenia cara triste.
“-¿qué pasa?” Pregunto Nicolás. “-lamentablemente voy a tener que cerrar el hipermercado”. “-pero. ¿Por que?. “-no nos esta llendo bien.. Tú eres el único que nos compra.. Y eso no alcanza para todos los gastos.. Lo lamento.”
Nicolás no lo podía creer. Todo le estaba llendo tan bien.. Pero no había solución a ese problema. A menos...
“-te compro todas las golosinas que tengas”. Le dijo Nicolás al dueño. “-pero.. Son demasiadas no te debe de alcanzar el dinero para eso”. “Me alcanza si, si ustedes cierran significaría el fin de mi negocio, no lo puedo permitir.”
Y así lo hizo. Compro todas las golosinas del hipermercado. Hasta le sobro dinero.
Gracias a Nicolás el hipermercado no tubo que cerrar. Él les hizo un regalo a todos los empleados y al dueño haciendo un cartel en la carretera que dijera que había un hipermercado cerca.
Nicolás sigue con su negocio. ¿Quién sabe si algún día parara? O si algún día algún quiosco abrirá en su pueblo. Bueno, eso es un misterio pero lo que no lo es, es que al TRAFICANTE DE GOLOSINAS le esta llendo muy bien en su negocio, traficando golosinas.

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