29 de octubre de 2010

Piriápolis, Capitulo I

PRÓLOGO
Dentro de pocas horas se van a conocer. Nunca se han visto, pero saben mucho el uno del otro. Sus madres son amigas, y ellas decidieron ir a pasar unos días con sus hijos a Piriápolis. Ambos (Lucía y Juan) estaban muy nerviosos con el hecho de conocerse, ya que ambos tienen catorce años y viven en la pequeña ciudad de San José de Mayo, en el departamento de San José. Tienen muchos amigos en común y, a unos pocos, les preguntaron si conocían al otro. Lucía no obtuvo mucha información, ya que le preguntó solamente a una amiga, ella lo conocía pero no muy bien. Juan tuvo más suerte, la primera persona a la que le preguntó le respondió enseguida: - “Si, yo salía con ella el verano pasado”. Y así estuvieron, sabiendo el uno del otro por medio de sus madres, hasta que ellas les anunciaron que irían a Piriápolis.

CAPITULO I

- Juan despertate – oí la voz susurrante de mi mamá.
- Sí, sí. Ya voy.
Sin abrir los ojos, me levanté con pereza. Media hora después ya estaba desayunado y listo para partir. Justo en el momento que me sentaba, entró Osvaldo por la puerta anunciando que ya nos íbamos. Con más pereza que antes volví a levantarme, agarré la valija y me subí al auto.
Mientras nos dirigíamos a Piriápolis, pensaba en lo que allí me esperaría: ¿Quién sería la hija de Lidia?
Nos acercábamos y yo me ponía cada vez más nervioso. Miraba por la ventanilla del auto los árboles machacados por el viento y secos por el frío invernal de agosto. De a poco comencé a notar como las pequeñas ondulaciones del camino se iban transformando en grandes peñascos. Mi celular comenzó a sonar y vi que era un mensaje de un amigo, le respondí y cuando alcé la vista el castillo de Piria estaba a un lado del camino, y detrás de él se elevaba el Cerro Pan de Azúcar. A los pocos minutos estábamos en la ciudad de Piriápolis. Surcamos varias calles hasta llegar a la tan esperada casa. El motor se detuvo y observé que en el fondo había mucha gente…
- Mamá, no me voy a bajar – dije firmemente decidido a no hacerlo.
- ¡Bajáte! Son todos conocidos –dijo mientras se bajaba del auto y saludaba con la mano. Todos se bajaron, yo fui el último.

-

Todo empezó cuando llegaron ellos. ¿Quiénes son ellos? Juan, Inés y Romina. En ese momento no los conocía, estaba ansiosa porque llegaran… tenía nervios debo admitir. Quería conocerlos ¡YA!
Antes de eso estaba muy aburrida, por acostarme a leer un rato. Ya me había sacado los championes, subido a la cama y abierto el libro, cuando oí el sonido de un auto. Me calcé lo más rápido que pude, tarea inútil porque mientras más me apuraba más tiempo estaba en atarme los cordones. En cuanto estuve lista, bajé los escalones de dos en dos. Llegué a la puerta y paré en seco, me arreglé el pelo y, como a quien no le importa nada, la abrí. Lo que vi me decepcionó: de un auto gris salían dos hombres, dos mujeres y dos niños pequeños, de tres y siete años aproximadamente. Me quedé ahí, plantada en el zaguán mirando esa escena. Los adultos habían bajado y empezaban a saludar. Cuando llegaron a mí, mi madre me presentó: “Ella es Lucía, mi hija”. Luego conversaron sobre el viaje y a los pocos minutos empezaron a descargar las cosas y preguntar dónde iban a dormir.
- En el cuarto de arriba, donde se quedo anoche Lucía – dijo mi madre.
Antes de que terminara de decirlo yo ya había subido las escaleras y empezado a meter el libro, el pijama y todas las cosas que tenía fuera de mi bolso.
- Deja las cosas acá y después, mas tarde, las llevas al otro cuarto – Me sugirió mi madre.
De mala gana dejé todas mis cosas en la habitación, agarre el libro y seguí a los adultos hacia el fondo, esperando el momento que llegaran “ellos”. Escuche el sonido de un motor y mire esperanzada hacia atrás, pero era solamente un auto que pasaba.
Llegue al galpón del fondo, que es súper lindo y grande. Grande porque es grande, y lindo porque, aparte de ser grande, solamente tiene dos paredes de ladrillo, opuestas entre sí. En una de ellas hay una parrilla y un fregadero, en la otra una puerta de da a un cuarto con baño, ahí es donde nos íbamos a quedar nosotros. Las otras dos paredes, son vitrales o puertas de vidrio, como quieras llamarlo. Por ellas entra muchísima luz del sol y queda muy iluminado. Sinceramente, esa habitación/galpón era, es y seguirá siendo, mi lugar favorito de la casa. Ahí dentro, hay una mesa larga, de esas de madera que tienen dos patas que se abren, también otra de plástico más chica y un montón de sillas. Una de ellas, es una playera de las que son blancas y largas que te pones a tomar sol. Yo le había puesto una colchoneta y arriba una manta y tenía mi lugar hecho. Me recosté ahí a leer, pero la verdad es que no pude hacer mucho, con los griteríos y las risas de los adultos era imposible.
Intentaba concentrarme en lo que decía el libro: “Julieta se sentía inquieta. Miles de ideas giraban en su cabeza como polillas alrededor de un farol”. No sé si fue casualidad o qué, pero yo me sentía exactamente igual que ella en ese momento. Cerré el libro, resignada a poder leer algo. Una milésima de segundo después, sentí un motor apagarse. Se me paró el corazón y una oleada de emoción me traspasó los huesos: el momento que tanto había esperado había llegado.


Made by: Juan José Morales y Lucía Aranda :)

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